jueves, 31 de marzo de 2011

El Frasquito Azul

¿Desde cuándo habrá sido que estaba ahí? Que yo sepa nadie más tocaba ese estante excepto yo. Apenas si quizás alguien supiese de ese estante.
Lo cierto es que un día reparé en él. En un rincón, medio oculto entre las sombras de las tablas, estaba ese frasquito. De vidrio, delgado, de líneas elegantes, azul, muy azul. ¿Sería un frasco de perfume? Porque a los perfumes suelen ponerlos en llamativos y refinados frascos. Pero no, no era un frasco de perfume. Me di cuenta apenas le presté atención. Yo soy experto en principios activos, posologías, formas farmacéuticas, etc. Y definitivamente no era un frasco de perfume.

Estaba cerrado con una tapa también azul igualmente delicada.
Traté de ver la etiqueta pero no pude. No es que no tenía etiqueta, sino que estaba pegada desde adentro. Imposible de leer si estaba cerrado. Lo tomé con una mano, porque así de pequeño era, tanto que sobraba una palma para sostenerlo. “Concentrado” pensé.

Me llamó la atención que tenía pegado un papelito con cinta scotch -o algo así-, que se sostenía casi mágicamente a decir por lo exiguo del pedacito de cinta. Y en el papelito había escrito un par de letras.
Me inquietaba saber qué sentido tendría ese par de letras garabateadas con lápiz. ¿El contenido? ¿El dueño? De algo estaba seguro. Yo no lo había visto antes, o al menos eso pensaba.

El frasquito azul. Así empecé a llamarlo cuando casi sin darme cuenta caí en que estaba fascinado con él. Toda una vida entre frascos y botellas. Pero ese frasco, ese frasquito. Alguna que otra vez vi algún frasco azul. Pero así de azul, tan azul…
De repente me daba cuenta que no tenía nada que buscar en los estantes, y menos en ése estante. Y caía cuando notaba reflejada en el vidrio mi pupila negra. Negra, como todas las pupilas.
Cierto día, o cierta noche –ya no lo recuerdo- se me ocurrió averiguar que pudiera contener el magnético frasquito.

Me acerqué al estante como otras veces. La rutina de la monotonía se trocaba en la rutina de la fascinación, una fascinación sin el menor de los sentidos. Pero esta vez sentía calor y frío, que mis latidos resonaban produciendo ecos que se mezclaban entre sí. Fasciculaciones apenas perceptibles corrían a lo largo de mis brazos hasta los dedos.

Mi mano izquierda insegura rodeó el cuerpo del frágil y hechicero frasco. Con suavidad pero apurado, apenas intenté girar la tapa con los dedos de la otra mano, sin presionar demasiado, al menos eso pensaba. Por un instante creí que lo lograría. No pude. El temor por romperlo me detuvo.
Instintivamente - y quizás insensatamente-, llevé mis dedos hacia la boca. Ni siquiera noté que una minúscula gota hubiera contactado mi piel, y menos mis labios, cuando de inmediato sentí que mi pecho se contraía, que el pulso se aceleraba y una oleada de sensaciones electrificaban mi anatomía. Mis neuronas estallaron encandilándome en un espectáculo pirotécnico. Neurotransmisores y hormonas reaccionando en cadena. Luces, sombras, colores, oscuridad, fuego, ruido, calor, chispas, humo, contrastes. Claridad y confusión. Miedo y placer. Todo junto.

Apenas si pude conservar la estabilidad como para devolver el frasquito a su lugar. Sorprendido y algo asustado, aunque también entusiasmado, repetí el intento. Otra vez los neurotransmisores, las hormonas, las luces, las sombras… la piel enrojecida, todo junto.

Mi frustración por no poder abrir el frasquito parecía compensarse con las sensaciones que me producía tocarlo. Y así la frustración y las expectativas se alternaban y complementaban. A veces me contenía y solamente lo miraba hipnotizado. Alguna vez quise destrozarlo. Y lo intenté. El frasquito que parecía frágil no lo era tanto. Otras veces intenté cubrirlo con un trapo para olvidarme de él y deshacerme de su encanto. Y otra vez me descubrí observándolo.

Todavía tengo el frasquito azul en ése estante. Todavía no logré abrirlo. Todavía me transporto del Cielo al infierno y del infierno al Cielo cuando el borde de su tapa roza los dedos que después llevo a mi boca. La abstinencia inconsciente me lleva a mirarlo una y otra vez.
El frasquito azul, mi frasquito. ¿Tendrá en su interior el más mortal de los venenos? ¿O tendrá quizás el más mágico de los remedios?

Quizás nunca lo sepa, aunque de algo estoy seguro. El frasquito contiene la locura.

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