domingo, 29 de agosto de 2010

El sueño

Tengo una amiga psicóloga que me explicó que hay cierto tipo de sueños que son especiales, que no son como todos, que son “para el diván”. Al menos eso es lo que entendí.
Días atrás tuve uno y se lo conté, porque ella misma aparecía en él.





Escena UNO

El sueño comienza con mis padres caminando, en un viaje largo, a través de lo que parecía ser un camino de desierto, pero que más que arena y tierra había piedras, muchas piedras, todo el tiempo. En el sueño de a ratos los acompaño y de a ratos solo los observo “desde afuera”, como un espectador.
Durante el viaje discuten, se reconcilian, la pasan más o menos, a veces mal.
En algún momento le propongo a mi mamá que escriba sus vivencias, que me parecía interesante.

Escena DOS
La escena se diluye, y (como si fuera otra escena de teatro en que se abre un telón) me veo con mi esposa viajando en un vehículo que yo conduzco. Vamos por un camino de montaña cuesta abajo, a mucha velocidad y con el vehículo por momentos difícil de controlar. Al costado, el precipicio. Alguien quiere rebasarnos en otro vehículo. No lo dejo. Mi esposa se enoja por eso. Yo confío en mi capacidad de contener el vehículo lanzado a velocidad cuesta abajo. De repente, el vehículo se queda sin combustible y se apaga el motor. No funcionan los frenos. En vez de comentar “nos quedamos sin combustible”, digo “¡Nos quedamos sin tiza!
Como pude, o por un milagro que solo se da en los sueños, logro detener el auto. Bajamos al costado del asfalto y comenzamos a buscar en el suelo pedacitos de tiza. Y encontramos. Algunos eran pedacitos tan pequeños que tenían forma de “triangulito”(lo último que queda de una tiza gastada) que apenas podían sostenerse entre los dedos. Alguno que otro pedacito era más grande. Encontramos unos trozos de piedra blanca. Los raspé contra el suelo y noté que escribían, como la tiza. Piedra caliza supongo. Fin de la escena.

Escena TRES
Estoy con mi mamá. Le propongo que escriba algo, un resumen, sobre lo que vivió y escribió en una suerte de diario. Le reitero que sería interesante. Ella accede y escribe en una libreta.
En algún momento aparece Paula, distante, más que los cuatro o cinco metros que nos separaban. La escena es más o menos estática. Estoy con mi mamá. Paula no está sola. Está con al menos una persona. No se acerca, está en sus cosas.
Al verla, me entusiasmo y le pido a mi mamá que le muestre la libreta, pensando que seguramente a Paula le resultaría interesante. Le cuento a mi mamá sobre Paula, sobre lo buena que es, sobre su inteligencia, su sensibilidad, etc. Pero mi mamá no quiere entregarle su escrito. Entonces se lo arrebato. Se lo muestro a Paula y ella, con cortesía obligada esboza un par de halagos poco creíbles. Pero así y todo, saca de su perspicacia y señala un par de cosas geniales. "Le sacó la ficha" a mi vieja apenas con un vistazo.
¡Te lo dije! ¡Es una genia! Es esto, es lo otro, todos halagos entusiastas. Entonces siento un nudillo de Paula apretándome la pierna ordenándome que me calle. Entiendo al toque. Entonces me hago el tonto y sigo hablando de Paula en un tono menos eufórico –la conozco porque laburamos juntos…- y cosas así.

Escena CUATRO
Casi al mismo tiempo en el que sigue en escena Paula, aparece un hombre al que llamo “el Doctor” (Ya no está mi mamá)
El doctor es un hombre adulto, grande. De a ratos soy sus ojos pero, la mayor parte del tiempo tan solo lo acompaño.
El doctor quiere volver al lugar de donde vinieron mis padres. Emprende el regreso.
Comienza el camino por el desierto, esta vez con más piedras. Ve que algunas cosas están cambiadas, que con las piedras se hicieron caminos, terraplenes… pero también de piedra. Y más difíciles de transitar todavía, porque además para ir por ellos hay que subir, y el Doctor ya está cansándose.
De repente se abre un camino de piedras hacia la derecha. Las piedras están redondeadas y pintadas de blanco, de manera desprolija, como cuando los empleados municipales pintan los cordones de la vereda con cal. Al Doctor no le gusta lo que ve, ni los terraplenes ni las piedras pintadas.
Conforme decide investigar por el camino de las piedras pintadas, llega a un lugar en donde las cosas se ponen ordenadas. Hay una arcada, como eran los acueductos romanos, con varias entradas separadas por columnas, y frente a cada columna una estatua con forma humana. También hay guardias en los alrededores. El doctor sabe que detrás de esas puertas están los sacerdotes, seguramente el Papa.
Se escandaliza ¡No puede ser¡ ¡No puede ser! Sentía que se había hecho una herejía, como que se había violado un santuario. El Doctor tenía su propia fe, pero no admitía la pompa ni la idolatría.
Se salió de ese camino y llegó hasta una casa humilde, también hecha de piedra

Escena FINAL
Adentro de la casa hay tres personas: El Doctor, alguien que no conozco y yo. El Doctor domina la conversación por un momento hasta que, repentinamente, hace silencio. ¿Se siente mal? –le pregunto. Sí –me contesta con tono suave pero firme-
Noto que está a punto de desvanecerse. Me apresuro hacia él y lo sostengo. Pido que extiendan una colchoneta que estaba a un costado, sobre el piso. Acostamos al Doctor. El Doctor muere.


Así terminó mi sueño. Mi amiga me dio algunas claves para entenderlo. Pero no soy especialista en la materia, así que nada más sigo el consejo de mi amiga experta y lo escribo. No fue mi primer sueño de este tipo. ¿Vendrán otros?
Gracias Pau

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